jueves, 20 de mayo de 2010

Concurso de relatos 2010

EL TIEMPO PASA


El tiempo pasa y no nos damos cuenta hasta que ocurre algo que nos hace pararnos y reflexionar.

Esta mañana he ido a la sala de exposiciones del Ayuntamiento para ver la muestra de casas de muñecas, que ya terminaba. Al entrar, me he encontrado con mi amiga Celia que, en nuestra infancia, íbamos al colegio juntas y éramos inseparables. Ella iba acompañada de una amiga y me han invitado a ver las casitas con ellas.

Lo he pasado muy bien, porque ellas tienen su propia casa de muñecas y contaban las piececitas de los interiores que tenían o que se habían regalado y decía Celia que los trapitos de costura que hacíamos en el colegio los había utilizado para colcha de una camita o para hacer un mantelito para una mesita. Me hacía gracia.

Cuando llegó la hora de cerrar y nos fuimos a nuestras respectivas casas, iba yo caminando por la acera que da el sol y me iba acordando de nuestra infancia, ese tiempo del despertar de la inocencia.

Iba recordando cuando íbamos a casa por lo que es ahora la Gran Vía, que antes estaban ahí las vías del tren, pero que ya las habían levantado y habían quitado todos los restos ferroviarios y habían echado gravilla en el suelo y habían puesto allí los caballitos por las fiestas y, cuando se los llevaron, dejaron una caseta sobre una plataforma con escaleras y nos dejaron entrar. Era una caseta que tenía que ver con el campo y la ganadería.

Cuando estuvimos dentro era como si estuviésemos dentro del cuerpo de una vaca, que no nos interesaba nada y todo fue entrar y dar la vuelta rápido pero, cuando ya íbamos a salir, resulta que la vaca tenía dentro de su propio cuerpo un ternerito y nos quedamos paradas en seco a observar tal prodigio y salimos y nos preguntábamos que cómo podía ser eso y nos entró la risa y nos tapábamos la boca con nuestras manos cruzadas y nos fuimos para casa.

Cuando llegó el verano, fui con mi familia al pueblo. Como entonces no íbamos con coche, que íbamos en el autobús de línea, no llevábamos juguetes. En el pueblo, las niñas no tenían juguetes, ni una muñeca ni nada. Los niños jugaban con unas pelotas que se hacían ellos mismos con trapos, formando una bola y apretados con lana.

Pues enfrente de nuestra casa estaba el matadero y, cuando mataban una oveja, allá que estábamos para ver todo aquello. Pero un día ocurrió algo sorprendente: al abrir el vientre de una oveja sacrificada se encontraron con que dentro tenía un corderito. Yo fui a casa y le dije a mi madre que una oveja se había comido un cordero o a su hijo, que era muy pequeño y mi madre no dijo nada.

Al terminar el verano, regresamos a Logroño y al colegio. Un día fui a casa de Celia y estábamos las dos haciendo deberes en la mesa camilla del cuarto de estar. Ella salió y vino con un cuento, a todo color, que tenía su padre, que era sanitario pero no se lo había enseñado y lo abrió justo por la página que me tenía que enseñar: era una mujer desnuda y que dentro de su tripa tenía un bebé. Y ya no vimos más porque mi amiga, rápidamente cogió el cuento y lo tiró debajo de la mesa por si entraba su madre y nos veía con aquello y a las dos nos latía el corazón muy deprisa.

Y así es cómo nos fuimos enterando de las cosas, porque entonces nadie nos explicaba de dónde venían los niños y lo teníamos que averiguar por nuestra cuenta.


                                                                           Pilar

Difundiendo nuestro proyecto



Un grupo de apoyo de mujeres, impulsado por el Ayuntamiento de Logroño, nos dió la oportunidad, ayer por la tarde, de compartir con ellas un rato y explicarles en qué consiste la iniciativa de los Bancos del Tiempo. Esperemos que les resultara interesante, y que pronto podáis conocerlas todos en persona. 

viernes, 14 de mayo de 2010

Intercambio entre asociaciones

Mañana comienza el primer intercambio entre asociaciones del Banco del Tiempo de 
Logroño. En este caso, algunos de nuestros socios darán talleres de plástica, bajo la temática de los Derechos del Niño, a los hijos e hijas de las socias de AMDELAR, Asociación de Mujeres Latinoamericanas en La Rioja.

Las obras de estos pequeños artistas las expondremos alrededor del 20 de noviembre, día en el que se recuerda la aprobación de dichos Derechos por la Asamblea de las Naciones Unidas. 
 

A cambio, ellas nos darán talleres de cocina de diferentes países de Latinoamérica, a los que, por supuesto, estáis todos invitados. Las fechas las publicaremos próximamente. 

Concurso de relatos 2010

La Clepsidra.

Lizbeth miraba absorta como los diminutas gotitas de agua cristalina iban cayendo lentamente sobre el suelo del bulbo inferior de la clepsidra, que su abuelo le regalo cuando apenas cumplió los cinco años. Lentamente caían formando un diminuto charco que crecía de forma acompasada e inexorable, mientras su mente y su alma unidas vagaban por los sitios más recónditos de su memoria.

Los solitarios juegos producto de su imaginación, que en aquel jardín paradisíaco franqueado por altos muros de piedra y al otro lado de los cuales se extendía todo un mundo que ella desconocía, habían conformado su infancia. A veces, trepaba por las gruesas ramas del magnolio y miraba las tierras que se perdían en el horizonte deseosa de escapar de su jaula de oro, donde tenía todo a lo que materialmente se puede aspirar.

Las gotitas formaban círculos concéntricos al caer sobre el agua que se iba depositando, entonces recordó su adolescencia entre el internado suizo y los veranos a cargo de la tía Agnes, nadie pudo obtener una educación más refinada y exquisita, pero anhelo siempre los juegos, las correrías por las calles de los pueblos, incluso el pelear y discutir con alguien de su edad, poder mancharse la ropa y no preocuparse por que se rompiera.

Cada vez quedaba menos agua en la parte superior del reloj, ella iba de un recuerdo a otro sin poder hacer nada por evitarlo. Rememoro cómo habían concertado su matrimonio con el primogénito de una de las mejores familias de la ciudad, su vida seguía siendo lo que cualquiera podía anhelar, siempre lo mejor de lo mejor y poco después, tres hijos tan perfectos y maravillosos, como su perfecta y maravillosa vida.

Apenas quedaba unas pocas gotas por pasar al otro lado, ahora había tomado una decisión, cuando cayó el último ápice de líquido, metió la clepsidra con el resto de sus pertenencias en la maleta, la cerró, bajó lentamente las escaleras, y volvió las puertas de todas las habitaciones hasta oír el resbalón del picaporte.

Salió de la casa sin mirar atrás y dio el primer paso para empezar a vivir su existencia, no sabía que pasaría a partir de ahora, que le depararía el futuro, donde, de qué y con quien pasaría los años que le quedaban, quería intensidad, naturalidad, espontaneidad, frescura, en una palabra quería aprender a vivir y esperaba que no fuese demasiado tarde, tenia tanto que hacer y le parecía que le quedaba tan poco tiempo. La suave brisa le acariciaba el rostro y a pesar de que las lágrimas corrían por sus mejillas sonreía esperanzada.

Caminaba con paso tranquilo y firme por el bulevar mientras los rayos del sol atravesaban las ramificaciones de los arces, la ciudad bullía en actividad, la gente deambulaba en todas las direcciones, los niños jugaban en plazas y parques, los coches transitaban por la calzada, las fuentes cantarinas chapoteaban… Un mundo nuevo se abría a sus ojos lleno de luz y color.

                                                                      
                                                                          Gloria

viernes, 7 de mayo de 2010

Concurso de relatos 2010

Los últimos rayos de sol de una tarde de junio entraban por los cristales y se filtraban a través de las cortinas dando a la sala una sensación acogedera de tranquilidad. Sansón, el indolente gato de la casa, parecía haber tomado la decisión de pasar toda la tarde tumbado en el brazo del sofá. Julián Arteaga leía (uno de sus vicios) A sangre fría de Truman Capote. Se levantó para coger un cigarrillo, otro de sus vicios y Sansón, sin moverse, levantó las orejas como advirtiendo que controlaba cada uno de sus movimientos

Flanqueado por dos dibujos a plumilla, la habitación contaba con un espejo a media altura, debajo del cual había un mueble con cajones y fotografías en su superficie. Julián Arteaga vio su cuerpo reflejado en él con unas entonaciones violáceas. No le hizo caso.

Abrió un cajón y sacó un purito. Se quedó pensando y miró al espejo. El siempre había sido barbilampiño, si no imberbe;  cuando hizo el servicio militar no le hacía falta afeitarse para pasar las revistas y poder salir de paseo y, ahora se encontraba con una barba corta, arreglada pero también entrecana. Entró su hija Andrea.

-No deberías fumar papá - dijo -. Mamá dice que la cena estará lista dentro de una media hora.
-Hay tantas cosas que no debiera hacer – pensó Julián Arteaga -.

De la cocina salía un aroma a pescado con comino.

Una de las fotografías que había sobre la repisa del mueble, mostraba a una niña de cuatro años aproximadamente, de cara redonda, nariz chata, labios carnosos y una media melenita oscura. La chica que ahora buscaba algo en los cajones, que había roto el sosiego de la sala y que hacía que Sansón moviese el rabo era alta, de cara fina y alargada, con gafas  de montura metálica roja y con una larga melena recogida con una goma.

   -Dentro de poco me dará nietos –musitó Julián Arteaga.
   -¿Decías algo papá? –preguntó ella.
   -Nada cariño –contestó él. Bueno sí; que si falta media hora me podías traer una cervecita (otro de sus vicios).
   -Te dejas servir como un marajá –dijo ella cogiéndole de un moflete. Ahora te la traigo. Y salió cerrando la puerta tras de sí. Sansón dejó de mover la cola.

Julián Arteaga volvió a concentrarse en el espejo. Tenía las orejas más grandes que antes. En algún lugar había oído o leído que las orejas no dejan de crecer nunca. Sonrió malintencionadamente y notó que las arrugas que se le formaban a ambos lados de sus labios eran más pronunciadas y más numerosas de lo que recordaba. Hizo la misma prueba frunciendo el entrecejo y el resultado fue similar en todo el espacio que ocupaba la frente.

¡Gracias a Dios aún tengo una buena mata de pelo¡ -reflexionó.

Se colocó el purito en la boca para encenderlo y entonces se fijó en su mano. Dedos finos, largos y uñas bien arregladas. Quizás un poco largas para el gusto de algunos, pero a él le gustaban así. Le sorprendió las venas que la recorrían: muy marcadas, como si fueran ríos de vida. Se acordó de su abuela cuando desgranaba alubias y de su madre bordando florecillas de colores  sobre un bastidor; las dos tenían las mismas manos que él.

Andrea volvió con la cerveza y acarició a Sansón que ronroneó con intención indeterminada.

   -Toma marajá, ¡qué suerte tienes que no engordas como el resto de los seres humanos! ¿Qué tal está el libro? Parece que te tiene enganchado. Te pones a leer y te olvidas de todos y de todo. Se te pasa el tiempo volando.

   -Al contrario cariño –contestó Julián Arteaga-. Yo creo que cuando lees un buen libro o, mejor dicho, cuando te gusta el libro que lees, el reloj se detiene, el mundo se para y el tiempo que  ha invertido el escritor en escribir el libro reinvierte en ti; es como si sumases su tiempo al tuyo, de esta manera cuanto más lees más joven te haces.

   -Eso lo dices para que lea más –replicó ella-.
   -No, eso lo digo porque es lo que creo –dijo él-.
   -Vamos a cenar lunático –ordenó Andrea- y quítate el purito de la boca que no haces más que fumar.

Anochecía; la sala se había quedado en penumbra. Guardo de nuevo el purito en la caja y salió. Sansón había desaparecido.
  
La luz de la lámpara fluorescente le molestó en un primer momento. Varios olores se mezclaban en la cocina. La mesa estaba preparada. Julián Arteaga abrió el frigorífico y dejó la cerveza que no había abierto.

Rosa, su mujer, preguntó:
  - ¿Esperamos al niño? Ya no puede tardar mucho.
  - ¡Veintisiete años y todavía le sigues llamando niño!-. Se acercó y le rodeó la cintura con sus brazos al tiempo que le daba un beso en el cuello.

Rosa era su mayor vicio y no estaba dispuesto por nada en el mundo a renunciar a él.
-¿Sabes? Me he mirado en el espejo -.
-¿Y qué has visto? ¿Un abuelito?

El le dio la vuelta, miró sus ojos azules como un mar donde podían naufragar miles de deseos, le besó los labios y le contestó:
   -No, en el espejo solo había un joven enamorado.
  



                                                                        Sixto

miércoles, 5 de mayo de 2010

Nuevo Banco del Tiempo en Alsasua

Como sabéis, el lunes día 3 nos acercamos a la Ikastola Iñigo Aritza para dar una charla acerca del funcionamiento de los Bancos del Tiempo. Allí tuvimos la oportunidad de intercambiar impresiones con Hada y Gixane, las dos personas que están poniendo en marcha el proyecto en Alsasua –Navarra-, así como con algunos de los futuros socios que también se pasaron por allí.

El nacimiento de un nuevo Banco del Tiempo siempre es una buena noticia, así que desde aquí les mandamos mucho ánimo a todos y les invitamos a visitarnos cuando quieran. ¡Suerte!